Al principio, antes de que construyeran la autopista Buenos Aires-Rosario, San Nicolás fue una avenida: la ruta 9, que al atravesar la ciudad se convertía en la avenida Savio.
Manuel Nicolás Savio (1892-1948), “el argentino que forjó el acero”, como lo define Raúl Larra, fue el ingeniero militar que impulsó la industria siderúrgica argentina. Creó la Escuela Superior Técnica en 1930 y escribió la ley que daría lugar a la creación de la Dirección General de Fabricaciones Militares durante la presidencia de Roberto Ortiz. Concibió el Plan Siderúrgico Argentino (Plan Savio) que dio lugar a la formación de Altos Hornos Zapla en Jujuy y de Somisa (Sociedad Mixta Siderúrgica Argentina) en 1947, aunque el plan se pondría en marcha en 1958, durante el gobierno de Arturo Frondizi. Una de las tantas fotos de las movilizaciones nicoleñas por la privatización de Somisa, en 1991, muestra a los manifestantes que avanzan por la 9 de Julio, en Buenos Aires. Dos de los hombres que están al frente (uno de ellos en ropa de trabajo Ombú, el otro con una campera de gabardina de cuello tejido como las que se usaban en los 70) blanden ante la cámara la imagen de Manuel Savio —el mismo retrato que recibía a los alumnos en la entrada de la Enet Nº 1: el general en su traje de ceremonia blanco, con la gorra y los laureles en la solapa— y la imagen de la Virgen del Rosario, figura que Naldo Brunelli, secretario de la UOM San Nicolás, plantó en casi todas las tarimas desde las que habló a los trabajadores de la ex Somisa en las movilizaciones de resistencia a la privatización que llevaba adelante María Julia Alsogaray. “María, esperanza nuestra, confiamos en Ti”, dice la pancarta de la Virgen. Si se lo piensa, la foto es en varios sentidos emblemática. Savio y la Virgen son imágenes que coinciden excepcional y fugazmente; signos de épocas muy distintas y hasta enfrentadas: los trabajadores industriales que asisten al derrumbe de su mundo, la virgen fenoménica que, en las exegéticas palabras de Bloy, siempre es “testigo de un dolor infinito”. Pero lo más inquietante es que de algún modo el pedido a la virgen en la pancarta se cumple, la virgen prevalece en el futuro y, como los sueños cumplidos, la plegaria atendida adquiere un efecto siniestro.
Pero vuelvo a 1975, cuando el general ingeniero Julio Ángel Maglio era todavía el presidente de Somisa y Naldo Brunelli, representante de los trabajadores, integraba el directorio[1], como si en el interior de esa enorme empresa se cumpliera el Pacto Social del peronismo. Mi madre, que ya lo había dicho antes de que conociéramos la ciudad, volvió a decirlo cuando bajamos con mi hermana del Tirsa en Savio y Mitre: “¿Vieron que es todo llano?”. La cuchilla de Haedo quiebra el paisaje de Paysandú que, como gran parte del Uruguay, se extiende entre colinas y pedregales, con ríos que corren bajo un puente allá en la ruta, entre bosques frondosos. En cambio San Nicolás era esa avenida sobre el llano y calles que se extendían hacia el río y se desvanecían en la chatura. Además, calles cuya numeración avanza de a cincuenta números por cuadra, de modo que para ir del 0 al 100 hay que hacer dos cuadras y, así, según había observado mi padre, parece que no se avanza. En un paisaje de colinas, como el de Paysandú, la percepción de las cosas juega con la geografía: una subida oculta un atajo, una bajada muestra un camino. En el llano las cosas se ocultan con su alejamiento. Las ciudades aparecen de repente en la carretera, los perfiles de una calle quedan desdibujados en doscientos o trescientos metros. El llano vuelve uniforme la percepción pero la hace también más sutil: hay que buscar el modo de hacer visible las cosas, o de quitarlas de la vista.
[1] Andrés Carminati, “Políticas patronales al interior de SOMISA entre 1973 y 1976”, en www.fmmeducacion.com.ar/Historia/Notas/Carminati_somisa.doc.
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